Resistente a todo: a sus propios fans, al negocio editorial, y sobre todo, al tiempo. Así es la obra de Robert E. Howard quien, tras el casi siglo transcurrido de su fallecimiento, si hoy viera cómo su personaje más famoso se ha consolidado plenamente entre los iconos de la cultura popular más sólidos de los últimos cincuenta años, creo que estaría decididamente satisfecho de haber hecho un buen trabajo.
A prueba -intencionado o no- somete ahora a este suculento mito la editorial Glénat, quien lleva un tiempo embarcada en un proyecto digamos ambicioso e interesante: traer al mundo una colección de álbumes de tapa dura conteniendo lo principal de la producción literaria Conanista o Conánica, mostrando los veinte relatos y la única novela que escribió Howard mediante su adaptación al cómic.
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Cada número es una adaptación, si no enteramente fiel, sí bastante cercana a cada uno de los relatos que conforman la saga del bárbaro de grandes alegrías y grandes tristezas, y llevados cada uno a cabo por un equipo creativo distinto (un autor o grupo de autores). Con acierto -al menos en esta ocasión- se ha pensado que en la variedad está el gusto, y así la colección compone un mosaico de versiones personales de cada artista y guionista, bastante separados -distancia positiva- entre ellos, sobre todo en lo gráfico (evidente) que añaden interés a la colección.
Hasta el momento, Glénat lleva catorce números publicados, como es de suponer autoconclusivos, y como el tema vende y los coleccionistas nunca descansan, hay dos versiones de la serie: la ordinaria, en color, y la especial, en blanco y negro a todo lujo y con extras. Esta última, de momento, permanece inédita en nuestro país; porque una cosa es el Conan de las tiradas astronómicas en quiosquera grapa blanquinegra y otra pensar que el Conanfan medio cincuentón va a soltar la gallina cual mercader brythunio en frivolités de cuarenta pavos que es lo que vale esa edición en Francia; pero estoy divagando.
Por lo demás, la edición que lleva a cabo Planeta sigue el orden de publicación francés, con una traducción cuidada hasta donde mi francés alcanza y con complementos (algunos bocetos y textos en las páginas finales, a cargo muchos de Patrice Louinet, actualmente uno de los mayores expertos en la obra de Robert E. Howard y de quien siempre se aprende mucho leyéndole, por lo que recomiendo no pasar por alto su lectura).
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La verdad que de momento la colección está siendo muy interesante, y tanto las adaptaciones de la historia literaria, es decir, el guión, como la parte gráfica no defraudan. La variedad es amiga de la amenidad -salvo para los fanáticos-, y las versiones van desde un Conan que parece una mezcla entre legionario romano y príncipe micénico de la Edad de Bronce –Ronan Toulhoat en «El Coloso Negro»- a otro que le hace semejar un señor feudal en la Francia del S. XIII –Étienne Le Roux en «La Ciudadela Escarlata»-, pasando por el que a mi juicio es el mejor álbum de la serie: Robin Recht en «La Hija del Gigante Helado», que hace una adaptación personal e interesantísima del relato original, y le resulta una historiaza muy distinta del barriesmitismo marveliano (que es el canon por el que se han venido midiendo las versiones de este relato en particular), alejándose de él para ofrecer al lector imágenes impresionantes de inmensas montañas y paisajes helados y una Atali softcore de la que Recht ha sabido muy bien mostrarla como imagen, por así decirlo, de la muerte en una estepa helada: inocente, cautivadora, sexual, esquiva, cruel, mortal.
Comparaciones obligan, ahora que sale a colación, a hablar de la Bêlit que nos muestra Pierre Alary en el primer número de la colección, la adaptación de «La Reina de la Costa Negra», que es el lógico y normal modo de comenzar una colección dedicada a Conan el Cimmerio porque, en fin, el relato no es que sea un clásico, es que es EL clásico de los relatos del bárbaro (con perdón de «Nacerá Una Bruja«, que es el favorito personal de quien esto escribe). Y no es que yo haya querido determinar un empate editorial, pero en este caso la versión marveliana de la princesa shemita pirata y aventurera prevalece con diferencia; Thomas, Buscema y Chan gozaron a este respecto de lo que se suele llamar la ventaja del pionero: quien primero holla un lugar es el que marca la pauta respecto de cómo ven y enfocan las cosas quienes llegan después.
Es interesante notar que esta es, si no la primera, de las primeras colecciones que han evitado los problemas de marketing y cosas legales con la expresión “Conan el Bárbaro”, que como es sabido está registrada como marca comercial y es por lo tanto propiedad de uso exclusivo de Marvel (o de Disney, si se quiere) y por lo tanto resulta tabú total el usarla. De hecho, Howard mismo nunca usó esta expresión, sino que siempre se refirió al personaje como Conan el Cimmerio.
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De todos modos, estas líneas no quieren ser sino un primer vistazo a unos tebeos que, de modo silencioso, casi modesto aunque parezca una paradoja decir esto tratándose de este personaje, se van instalando en el mercado poco a poco. Cuando la colección haya terminado y estén (esperemos que no se quede colgada, quién sabe) los veintiún números disponibles, podremos entonces considerar que hay un nuevo cimmerio en el bloque. Momento entonces para el que me autoemplazo a realizar una nueva revisión, más completa.
¿Entonces qué hago, me lo compro?
Si te consideras un Conanfan mínimamente fatal, pues claro que sí, hombre. Suponen una mirada nueva e interesante al personaje. Tampoco hace falta que te pongas en modo PEC, pero mírate el ir haciéndote la colección porque al final te va a gustar tenerla ahí completita, y con el tiempo seguro que irá ganando prestancia y prestigio entre la parroquia Howardo-Conaniana. Puede ser una decisión acertada que con el tiempo te evite enfrentarte con los monstruos que acechan en las Ciénagas de Todocolección o los Abismos de Wallapop.
Si sólo te gusta el rollo espadasalvajista, o Barriesmithesco o Buscemiano, lo cual es por supuesto encomiable pero habla de tu cincuentonidad más de lo que deseas, o si Conan el Cimmerio es un meh para ti, prescindir de estos tebeos no debería serte una opción dolorosa.
Así es Conan el Cimmerio, un personaje eterno que puede con lo que le echen, literal y figuradamente. El personaje es TAN bueno que, como buena obra maestra, aguanta todo, da igual quién sea y qué le haga. Hay muy buenas obras ahí fuera producidas en la actualidad, y más que vendrán seguramente.
¡A disfrutarlo, por Crom!
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